arde Coimbra (-90)

Vivíamos acostumbrados al reflejo partido en cientos de reflejos repartidos por toda la casa. En verano ardían los bosques a nuestro alrededor y desde la ventana del salón los contemplábamos maravillados, casi hipnotizados, sin saber que no sólo perdíamos árboles, que también se nos iban las sombras, las hojas, todo rastro de animales y la esperanza de ver llover, crecer o correr agua, hierbas y animales no sé bien en qué orden. De puro seco, el verano acababa agrietándose como las viejas fotografías.
Nunca le dijimos a nadie que nos gustaba jugar con cerillas.
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